Este es un texto ameno y divertido, pero tiene una pequeña trampa: te lleva a razonamientos complicados que derivan en las paradojas de la Neurometafísica y que te hace comprenderla...
Estoy plácidamente recostado
sobre mi cama. Al frente está la puerta de ingreso a la habitación, levemente
entornada y fijo mi atención en el
paisaje campestre del calendario colgado en la pared color blanco invierno. Doy
una pitada a mi cigarro y observo las caprichosas volutas de humo, divagando
con la vista y sin pensamientos concretos. De pronto, desde el exterior alguien
ha prendido el televisor de la pieza vecina y mi atención se ve atrapada por la
voz de un presentador de televisión “
“Y ahora, nuestro próximo programa, el largometraje estelar del
domingo en la noche, protagonizado por la escultural Megan Fox…”
—Megan Fox ¡cosita linda!
—musito para mis adentros y me la imagino de pie, recostada sensualmente contra el marco derecho de la
puerta, y vestida con una camisa roja anudada sobre la cintura y con unos
estrechos short de jean deshilachados.
Disfruto unos instantes de esa
imaginería y me admiro de la capacidad
de mis ojos para proyectar una imagen pensada, construida posiblemente con
retazos de recuerdos y mi habilidad diseñadora para ponerles uno jeans bien
recogidos en los muslos.
Esta habilidad visual me
sorprende y dado mi notorio estado de aburrimiento, y mi desagradable
curiosidad intelectual, abro el Laptop
que tengo al lado para buscar en Wikipedia las nociones básicas del
funcionamiento visual y para entender como el ojo hace para proyectar imágenes creadas
en mi cabeza hacia el exterior.
¡Grande es mi desilusión al
comprobar tras la lectura de unas cuantas referencias que los ojos son simples captadores de luz,
no más complejos que el tubo obturador de mi cámara fotográfica!
Sin embargo, una conclusión
sorprendente me hace elaborar una frase que se me antoja cómica:
“Los ojos son ciegos”
— ¡Qué ridículo, pero cierto!
Me sonrío y sigo pensando en la
imagen de Megan, pero ahora la visualizo semi oculta detrás de la puerta
entornada saludándome coquetamente con los dedos de su mano izquierda
En eso me surge una nueva
pregunta que me provoca un leve sobresalto:
—Si los ojos son simples tubos
por los cuales entra la luz para ser
procesada adentro… ¿Cómo es que veo a la Megan afuera y además, tras la puerta?
Reviso nuevamente las páginas
sobre fisiología ocular, pero ¡no hay caso! No existe forma alguna que los ojos
funcionen como proyectoras de imágenes!
Me devano los sesos pensando: ¡Cómo es posible
si la maldita puerta está allá afuera, puedo proyectar a Megan tras ella.
Elaboro una respuesta que no me
convence:
— ¡Bueno! Es un producto de mi
imaginación y ella se encuentra adentro de mi cabeza… Pero no puede ser, porque
“la veo afuera” o sea mis ojos trabajan como tubos de luz para la pared blanca,
la puerta, pero también para Megan, que ahora me sonríe picaresca.
Prendo otro cigarro: el problema
se está poniendo interesante y repaso lo que aprendí de la visión:
“los ojos son simples tubos
conductores de luz”, “son vías de ingreso sensorial”, “no proyectan nada”… “vías
de ingreso y solo eso” “¡Uhm!”
De pronto me llega el insight:
¡Eureka! Todo lo que veo en realidad está
pasando adentro, ya que los ojos captan todos los estímulos que construyen no
solo los colores, sino que sombras, intensidades y por tanto, la delimitación de
los objetos de mi habitación… Entonces, como la percepción visual de mi
habitación ocurre en mi cabeza, ocupa el mismo espacio donde está Megan y por eso puede mezclar las imágenes,
aunque, reconozco, Megan siempre se ve difusa, algo trasparente y debo hacer
esfuerzos para que no se esfume, producto que ella está construida con recuerdos
y datos imaginados evanescentes, mientras que la puerta y la pared son intensas
porque corresponden a objetos reales.
Me recuesto nuevamente y cruzo
mis pies desnudos sobre la cama y empiezo a juguetear con los dedos que algo se
me han adormecido. De pronto, al ver mis pies, reparo en algo que no había
considerado:
—Si la
habitación está dentro de mi cabeza, y yo estoy dentro de ella recostado,
quiere decir que yo también soy una imagen.
La conclusión, confieso, me
asusta un poco ¡no me agrada la idea de ser una simple imagen dentro de mi
cabeza!
— ¿Cómo puede ser esto? Debo
haber cometido algún error en el análisis, porque no puede ser que yo completo
esté dentro de mi propia cabeza.
Miro mi mano derecha que sujeta
el cigarro, algo trémula, por la rara reflexión
y me sobo la muñeca con la otra tratando con ese masaje de darle
realidad.
Pienso entonces que todo el
mundo que percibo es como la central de mando, ubicada en la cabeza de un súper
robot. Y se me viene la imagen del dibujo animado Mazinger Z. Entonces yo soy
como el niño Kōji Kabuto de esos comics y
manejo mi gigantesco robot Mazinger, pero de una manera
bastante más sofisticada, ya que cuando muevo la mano, seguramente mi Mazinger
hace lo mismo.
Es
curioso concebir que mi mundo sea en realidad como una pantalla holográfica en
3D, que me sirve para tratar con lo que esté allá afuera a través de mi propio
mega robot, y parece que el sistema
funciona bien, porque cuando dentro de esta cápsula virtual de mundo me levanto
y tomo el encendedor de la mesita de noche, efectivamente lo tomo con mi mano real,
porque siento la suavidad del plástico del encendedor. Aunque a su vez me
sorprende que cuando camino al baño producto de una urgencia fisiológica, en
realidad no me muevo a ningún lado, sólo me desplazo virtualmente dentro del
espacio de la cabeza de mi Mazinger Z.
Supongo que él si se moverá…
Esta
reflexión me produce una novedosa forma de angustia:
— ¡Vaya! En realidad estoy solo, atrapado adentro de mi Mazinger.
Todo lo que veo son imágenes internas: mis padres, novias, amigos, hijos son,
aunque me cueste aceptarlo, imágenes. El que se mueve e interactúa con ellos es
mi Mazinger y no directamente con ellos, sino que a través de sus respectivos
megarobots. De pronto, recuerdo con alegría que tengo el tacto a mi favor.
— ¡Menos mal! —me digo. Si bien lo que veo, incluso mi propia imagen, es
interna, tengo tacto, por lo tanto, si pudiera abrazar a la Megan Fox real,
ella aunque sólo sería una imagen dentro de mi Mazinger, afuera el Mazinger Nolberto y el Mazinger Megan si
estarían abrazándose y besándose y eso si puedo sentirlo. ¡Bendito sea el
tacto! —me digo—. ¡Qué frustrante no poder saber que tanto se ajusta la
imagen de Megan al Mazinger de Megan pero, si puedo tocarla, lo demás no
importa!
Recuerdo
haber leído una locas ideas sobre que todo es virtual, de un raro concepto
llamado “Neurometafísica”, que la materia no existe. Incluso, unos tipos que
decían que todo era mental ¡Idiotas! ¡Es
que acaso no se dan cuenta que la diferencia de la Megan Fox que imagino con la real es que a la real puedo tocarla!
Un
poco más tranquilo, aunque algo apesadumbrado de saberme encerrado en mi
universo dentro del Mazinger, decido investigar sobre el tacto… Este maravilloso
sentido que me conecta con el mundo real y con los otros.
Cuando leo las primeras explicaciones mis dedos
empiezan involuntariamente a temblar. No me gusta lo que estoy leyendo…
— “Así que el tacto es otra ilusión de los sentidos que se genera en el
lóbulo parietal!” ¡Diablos! ¡Mi “árbitro de lo real” se me ha ido al tarro de
la basura!
—O sea cuando beso y abrazo a Megan ¿Qué pasa allá afuera
en realidad? ¿Cómo sentirán el abrazo los Mazinger?
Una
puñalada de pena hiere mi pecho ¡qué lástima! ¡En realidad nunca he abrazado a
las personas que amo! Sólo he experimentado esta ilusión táctil que se produce
dentro de la sala de comandos de mi Mazinger.
La
emoción de pena me violenta:
— ¡No puede ser! ¡Esta son puras tonteras! Si fuese así,
alguien ya lo habría denunciado. Parece que el cigarrillo tenía algo de Marihuana…
¡Cómo se me pueden ocurrir tamañas estupideces!
Pero
ya algo más relajado reviso el hilo de mis conclusiones y no les veo fisuras.
En
eso, una mosca se detiene sobre el vello de mi antebrazo. La espanto y paso
suavemente mis dedos sobre los vellos y llego a una conclusión esperanzadora:
—“El tacto es tan sutil, tan complejo que no tiene sentido
aquí adentro si no aplicara igual para el Mazinger. Sería absurdo un gasto
inútil de información sensorial”.
Esto
lo veo como necesario e irrefutable, así que para darme una mayor tranquilidad
empiezo a estudiar la correspondencia entre los efectos de los sentidos adentro
y su lógica correlación con “el afuera”.
Lo
que aprendo me termina de espantar.
— ¡Los procesos sensoriales son de una decodificación
simplificada! ¡Qué significa este galimatías!
Luego
de varios esfuerzos y lecturas cruzadas descubro algo aterrador: el cerebro
hace una transducción y decodificación de los estímulos y crea su propia
versión de mundo. Y además, muy simplificada. En efecto, un tal Dr. Zimermann
dice que el mundo que conocemos dentro del Mazinger se hace con 45 bit de
información por segundo y desecha ¡11.000.000! que es la totalidad de lo que
entra.
El
tacto, por ejemplo, el que tanto me importaba, se hace con un millón de bits
por segundo pero, a la central de operaciones del Mazinger deben llegar, si nos
guiamos por el porcentaje… unos 5…. ¡Cinco
de un millón…!!
Gotas
de sudor saltan a mi frente…
—Entonces, ¡cómo mierda es ese mundo de afuera! Se me
vienen a la cabeza los monstruos gelatinosos de Lovecraft, el mundo de puros
filamentos y huevos luminosos de las novelas chamánicas de Carlos Castaneda y los
universos de ángulos y círculos de la novela de terror “Los Perros de Tíndalos”…
En otro instante, se me antoja que el “allá afuera” es una especie de magma
espeso con criterios de diferenciación imposibles de concebir para nosotros,
porque lo que vemos, tocamos, oímos, gustamos etc… son sólo representaciones
mezquinas de esa inconcebible vastedad
indiferenciada.
Ahora
me doy cuenta que todo el rato he estado delirando, soñando con un “afuera” y “adentro”
con Mazingers que se abrazan y que corren felices en un mundo de Mazinger,
cuando ni siquiera puedo hablar de afuera-dentro,
porque el espacio tridimensional es otra mentira creada aquí adentro o,
simplemente ”aquí”, porque ni siquiera el Mazinger existe como algo separado en
esa sopa espesa de un millón de bits… y,
no me es lícito hablar de “afueras” o “adentros” ni de espacios y cosas, porque
son categorías existentes sólo en esta ilusión.
Si no tengo antecedentes de poseer una cabeza
real, ya que se la atribuía al Mazinger, ¿qué extraño mecanismo genera lo que
imagino, a mis recuerdos, a los sueños, de
dónde vienen o adónde van? ¿Y que cosa soy yo mismo? Qué quiero decir cuando
digo que yo veo un árbol…
¿Habrán
considerado esto los filósofos y científicos de todas las épocas?
Porque
si elaboraron sus ideas, desde los silogismos aristotélicos, a los tropos de
Pirrón; desde la lógica formal a las lógicas para consistentes; desde el dualismo cartesiano, al fenómeno y
el nóumeno; de la emergencia mental, a
la fenomenología; desde el dasein de Heidegger, a la mecánica
cuántica, a la paradoja EPR, al Boson de Higgs, etc.. sin tener claro todo este
contexto… han jugado sus partidos, los han ganados y perdidos, en una cancha
inexistente.
Tal
vez lo supieron, lo ignoraron o lo
repudiaron, como rechazaron a los pirrónicos en Roma por tóxicos para la
juventud. O sencillamente, fue miedo….
Nada más que miedo… El peor enemigo de la reflexión…
Tal
vez un místico dio con la clave cuando dijo:
“Todos los problemas del hombre surgen de su
incapacidad para estar solo”