miércoles, 2 de septiembre de 2015

EL LENGUAJE PRUEBA EL SOLIPSISMO



"En realidad, lo que el solipsismo significa es totalmente correcto; sólo que no puede decirse, sino mostrarse..."

Wittgenstein





Cuando redacté mi tesis Neurometafísica, traté el tema de la consciencia y el lenguaje.

En dicha oportunidad escribí lo siguiente:




"....El lenguaje siempre es intersubjetivo.
 
Esa es la tercera regla o límite que nos pone el lenguaje. La primera, era que el Universo no puede ir hacia atrás. La segunda, es que debo diferenciar entre presente, pasado y futuro, y, la tercera, es que  el universo “Y” debe percibirse como objetivo por la intersubjetividad inherente del lenguaje.

Cualquier palabra que se piense o se diga está dirigida a otro.

La metáfora evolutiva nos señala que el lenguaje surgió para comunicar las transformaciones de la imaginación. Entonces, aunque yo hable conmigo mismo, estoy reproduciendo su intersubjetividad viéndome, a veces, como receptor silente de mis palabras o como si alguien me hablara desde dentro.

 
Con mucha razón Wittgenstein decía en la nota introductoria a este capítulo  que lo que el solipsismo significa es totalmente correcto, sólo que no se puede decir. Y cuánta razón tiene, ya que al decir cualquier cosa estoy asumiendo la intersubjetividad.

El lenguaje es, por lo tanto, es el gran enemigo del solipsismo.

Por ejemplo, si yo expreso “el Universo es solipsista”, estoy pretendiendo comunicarlo  a un tercero, aunque sea a mí mismo, ya que el lenguaje como reflexión interna es una derivación del lenguaje como comunicación externa.

En estricto rigor, desde un nivel meso-humano se nos presenta como una mala adaptación evolutiva, ya que si hubiésemos creado un lenguaje autónomo (para hablar con uno)  y no una aberración del lenguaje heterónomo, se podría hablar acerca de la verdad del solipsismo...."
 
Sin embargo, tras un análisis de las oraciones que componen todo lenguaje me percaté que nosotros hacemos trampa con en el lenguaje, pues hemos creado una ilusión gramatical: La oración en tercera persona.
 
No existen oraciones en tercera persona.
¿Cómo que no? Dirá usted indignado ante algo obvio y me señalará un ejemplo como este:
 
"Juan come pan"
Yo le pregunto entonces...
¿Quién atestigua que "Juan come pan"  como para que esa frase surja al mundo.?
YO.
En el fondo cuando digo  "Juan come pan", en realidad estoy diciendo:
 
"YO OBSERVO QUE JUAN COME PAN..."
 
Entonces...El único SUJETO REAL  de una oración es  YO.
 
Todos los demás son predicados.
 
 
 

miércoles, 12 de agosto de 2015


 “LA TERCERIZACIÓN PERCEPTIVA”.

El origen de un pseudo problema filosófico.

 

Todo neurocientífico, así como cualquier individuo sin esa formación,  cuando observa,  supone que está percibiendo un mundo externo en el cual se halla inmerso junto con otros científicos, con su objeto de investigación, con su laboratorio, con la ciudad en que se encuentra, con el país al que pertenece esa ciudad, con el planeta, y finalmente, con el cosmos infinito.

Supone que ese entorno está más allá de la frontera de su corporalidad  y que cada observador aprecia los objetos que lo integran sólo variando, en mayor o menor medida, por los distintos ángulos o puntos de vista de la observación.

Sin embargo, si seguimos el camino trazado por las neurociencias, debemos concluir que no hay diferentes puntos de vista sobre un mismo objeto. Por el contrario, hay tantos objetos Xs como observadores, suponiendo que cada uno de ellos “decodifica” un universo visual propio y exclusivo al interior de su cerebro, aunque provengan de estímulos comunes y que sus constataciones sean más o menos sincrónicas y  correlacionadas.

En este contexto, lo que llamamos “realidad de mundo” es un fenómeno que se genera dentro del cerebro. Sin embargo, esa constatación: “que toda la realidad  se genera dentro del cerebro” es parte del fenómeno internista de la percepción. Si  todo mi mundo incluidas mis reflexiones, emociones, constataciones, historia personal, etc. es “algo que ocurre dentro de mi cabeza”, mi cabeza necesariamente ocurre también dentro de ese “algo”, porque mi percepción de la cabeza forma parte de la percepción del mundo.

Entonces, se separa, mediante la frontera cráneo-cerebral, al mundo subjetivo mental  del supuesto mundo objetivo, que sería el entorno medioambiental, que comprende desde la habitación en que se encuentra el Observador, hasta la estrella más distante del firmamento.

A esta dicotomía entre la sensación fenoménica  y las explicaciones neurofisiológicas, la he denominado “Tercerización Perceptiva”, porque supone tres elementos: lo interno mental, la frontera corporal y lo  externo objetivo.

Bajo esta errónea interpretación, la consciencia no tiene más remedio que ser un fenómeno ontológicamente muy extraño, terriblemente inasible, pero paradojalmente, mediante el cual el sujeto se percata del entorno y de sí mismo.

El “Problema Difícil de la Consciencia”, del Filósofo Davis Chalmers, es en realidad un pseudo problema surgido de la Tercerización Perceptiva: no podemos válidamente preguntarnos cómo surge la consciencia a partir de las redes neuronales ni tampoco por qué no podemos detectarla al someter un cerebro a examen, dado que la única consciencia presente y posible es la del experimentador y constituye una totalidad inclusiva.

Entonces, la consciencia ha resultado elusiva hasta hoy, no por limitaciones tecnológicas  o del arte científico como ingenuamente creen los científicos o los filósofos fisicalistas, emergentistas o partidarios de la sobreveniencia.

Ha sido indetectable en su fuente de origen y localización porque se trata de un sesgo de la cognición.

Al comprender el sesgo comprendemos porqué siempre se trató de un pseudo problema y por tanto, aparentemente irresoluble, para la Filosofía de la Mente. 

jueves, 19 de marzo de 2015

El caso Megan Fox y Mazinger Z


Este es un texto ameno y divertido, pero tiene una pequeña trampa: te lleva a razonamientos complicados que derivan en las paradojas de la Neurometafísica  y que te hace comprenderla...
Lo quieras o no.


                       El caso Megan Fox y Mazinger Z




 
 

 
 

Estoy plácidamente recostado sobre mi cama. Al frente está la puerta de ingreso a la habitación, levemente entornada y  fijo mi atención en el paisaje campestre del calendario colgado en la pared color blanco invierno. Doy una pitada a mi cigarro y observo las caprichosas volutas de humo, divagando con la vista y sin pensamientos concretos. De pronto, desde el exterior alguien ha prendido el televisor de la pieza vecina y mi atención se ve atrapada por la voz de un presentador de televisión “

“Y ahora, nuestro próximo programa, el largometraje estelar del domingo en la noche, protagonizado por la escultural Megan Fox…”

—Megan Fox ¡cosita linda! —musito para mis adentros y me la imagino de pie, recostada  sensualmente contra el marco derecho de la puerta, y vestida con una camisa roja anudada sobre la cintura y con unos estrechos short de jean deshilachados.

Disfruto unos instantes de esa imaginería y me admiro de  la capacidad de mis ojos para proyectar una imagen pensada, construida posiblemente con retazos de recuerdos y mi habilidad diseñadora para ponerles uno jeans bien recogidos en los muslos.

Esta habilidad visual me sorprende y dado mi notorio estado de aburrimiento, y mi desagradable curiosidad intelectual, abro el Laptop que tengo al lado para buscar en Wikipedia las nociones básicas del funcionamiento visual y para entender como el ojo hace para proyectar imágenes creadas en mi cabeza hacia el exterior.

¡Grande es mi desilusión al comprobar tras la lectura de unas cuantas referencias  que los ojos son simples captadores de luz, no más complejos que el tubo obturador de mi cámara fotográfica!

Sin embargo, una conclusión sorprendente me hace elaborar una frase que se me antoja cómica:

“Los ojos son ciegos”

— ¡Qué ridículo, pero cierto!

Me sonrío y sigo pensando en la imagen de Megan, pero ahora la visualizo semi oculta detrás de la puerta entornada saludándome coquetamente con los dedos de su mano izquierda

En eso me surge una nueva pregunta que me provoca un leve sobresalto:

—Si los ojos son simples tubos por  los cuales entra la luz para ser procesada adentro… ¿Cómo es que veo a la Megan afuera y además, tras la puerta?

Reviso nuevamente las páginas sobre fisiología ocular, pero ¡no hay caso! No existe forma alguna que los ojos funcionen como proyectoras de imágenes!

 Me devano los sesos pensando: ¡Cómo es posible si la maldita puerta está allá afuera, puedo proyectar a Megan tras ella.

Elaboro una respuesta que no me convence:

— ¡Bueno! Es un producto de mi imaginación y ella se encuentra adentro de mi cabeza… Pero no puede ser, porque “la veo afuera” o sea mis ojos trabajan como tubos de luz para la pared blanca, la puerta, pero también para Megan, que ahora me sonríe picaresca.

Prendo otro cigarro: el problema se está poniendo interesante y repaso lo que aprendí de la visión:

“los ojos son simples tubos conductores de luz”, “son vías de ingreso sensorial”, “no proyectan nada”… “vías de ingreso y solo eso” “¡Uhm!” 

De pronto me llega el insight:

 ¡Eureka! Todo lo que veo en realidad está pasando adentro, ya que los ojos captan todos los estímulos que construyen no solo los colores, sino que sombras, intensidades y por tanto, la delimitación de los objetos de mi habitación… Entonces, como la percepción visual de mi habitación ocurre en mi cabeza, ocupa el mismo espacio donde está  Megan y por eso puede mezclar las imágenes, aunque, reconozco, Megan siempre se ve difusa, algo trasparente y debo hacer esfuerzos para que  no se esfume, producto que ella está construida con recuerdos y datos imaginados evanescentes, mientras que la puerta y la pared son intensas porque corresponden a objetos reales.

Me recuesto nuevamente y cruzo mis pies desnudos sobre la cama y empiezo a juguetear con los dedos que algo se me han adormecido. De pronto, al ver mis pies, reparo en algo que no había considerado:

Si la habitación está dentro de mi cabeza, y yo estoy dentro de ella recostado, quiere decir que yo también soy una imagen.

La conclusión, confieso, me asusta un poco ¡no me agrada la idea de ser una simple imagen dentro de mi cabeza!

— ¿Cómo puede ser esto? Debo haber cometido algún error en el análisis, porque no puede ser que yo completo esté dentro de mi propia cabeza.

Miro mi mano derecha que sujeta el cigarro, algo trémula, por la rara reflexión  y me sobo la muñeca con la otra tratando con ese masaje de darle realidad.

Pienso entonces que todo el mundo que percibo es como la central de mando, ubicada en la cabeza de un súper robot. Y se me viene la imagen del dibujo animado Mazinger Z. Entonces yo soy como el niño Kōji Kabuto de esos comics y manejo  mi  gigantesco robot Mazinger, pero de una manera bastante más sofisticada, ya que cuando muevo la mano, seguramente mi Mazinger hace lo mismo.

Es curioso concebir que mi mundo sea en realidad como una pantalla holográfica en 3D, que me sirve para tratar con lo que esté allá afuera a través de mi propio mega robot,  y parece que el sistema funciona bien, porque cuando dentro de esta cápsula virtual de mundo me levanto y tomo el encendedor de la mesita de noche, efectivamente lo tomo con mi mano real, porque siento la suavidad del plástico del encendedor. Aunque a su vez me sorprende que cuando camino al baño producto de una urgencia fisiológica, en realidad no me muevo a ningún lado, sólo me desplazo virtualmente dentro del espacio de la cabeza de mi Mazinger Z.  Supongo que él si se moverá…

Esta reflexión me produce una novedosa forma de angustia:

¡Vaya! En realidad estoy solo, atrapado adentro de mi Mazinger. Todo lo que veo son imágenes internas: mis padres, novias, amigos, hijos son, aunque me cueste aceptarlo, imágenes. El que se mueve e interactúa con ellos es mi Mazinger y no directamente con ellos, sino que a través de sus respectivos megarobots. De pronto, recuerdo con alegría que tengo el tacto a mi favor.

¡Menos mal!  me digo. Si bien lo que veo, incluso mi propia imagen, es interna, tengo tacto, por lo tanto, si pudiera abrazar a la Megan Fox real, ella aunque sólo sería una imagen dentro de mi Mazinger, afuera el  Mazinger Nolberto y el Mazinger Megan si estarían abrazándose y besándose y eso si puedo sentirlo. ¡Bendito sea el tacto! me digo. ¡Qué frustrante no poder saber que tanto se ajusta la imagen de Megan al Mazinger de Megan pero, si puedo tocarla, lo demás no importa!

Recuerdo haber leído una locas ideas sobre que todo es virtual, de un raro concepto llamado “Neurometafísica”, que la materia no existe. Incluso, unos tipos que decían que todo era mental ¡Idiotas!  ¡Es que acaso no se dan cuenta que la diferencia de la Megan Fox que imagino  con la real es que a la real puedo tocarla!

Un poco más tranquilo, aunque algo apesadumbrado de saberme encerrado en mi universo dentro del Mazinger, decido investigar sobre el tacto… Este maravilloso sentido que me conecta con el mundo real y con los otros.

Cuando  leo las primeras explicaciones mis dedos empiezan involuntariamente a temblar. No me gusta lo que estoy leyendo…

“Así que el tacto es otra ilusión de los sentidos que se genera en el lóbulo parietal!” ¡Diablos! ¡Mi “árbitro de lo real” se me ha ido al tarro de la basura!

O sea cuando beso y abrazo a Megan ¿Qué pasa allá afuera en realidad? ¿Cómo sentirán el abrazo los Mazinger?

Una puñalada de pena hiere mi pecho ¡qué lástima! ¡En realidad nunca he abrazado a las personas que amo! Sólo he experimentado esta ilusión táctil que se produce dentro de la sala de comandos de mi Mazinger.

La emoción de pena me violenta:

¡No puede ser! ¡Esta son puras tonteras! Si fuese así, alguien ya lo habría denunciado. Parece que el cigarrillo tenía algo de Marihuana… ¡Cómo se me pueden ocurrir tamañas estupideces!

Pero ya algo más relajado reviso el hilo de mis conclusiones y no les  veo fisuras.

En eso, una mosca se detiene sobre el vello de mi antebrazo. La espanto y paso suavemente mis dedos sobre los vellos y llego a una conclusión esperanzadora:

—“El tacto es tan sutil, tan complejo que no tiene sentido aquí adentro si no aplicara igual para el Mazinger. Sería absurdo un gasto inútil de información sensorial”.

Esto lo veo como necesario e irrefutable, así que para darme una mayor tranquilidad empiezo a estudiar la correspondencia entre los efectos de los sentidos adentro y su lógica correlación con “el afuera”.

Lo que aprendo me termina de espantar.

¡Los procesos sensoriales son de una decodificación simplificada! ¡Qué significa este galimatías!

Luego de varios esfuerzos y lecturas cruzadas descubro algo aterrador: el cerebro hace una transducción y decodificación de los estímulos y crea su propia versión de mundo. Y además, muy simplificada. En efecto, un tal Dr. Zimermann dice que el mundo que conocemos dentro del Mazinger se hace con 45 bit de información por segundo y desecha ¡11.000.000! que es la totalidad de lo que entra.

El tacto, por ejemplo, el que tanto me importaba, se hace con un millón de bits por segundo pero, a la central de operaciones del Mazinger deben llegar, si nos guiamos por  el porcentaje… unos 5…. ¡Cinco de un millón…!! 

Gotas de sudor saltan a mi frente…

Entonces, ¡cómo mierda es ese mundo de afuera! Se me vienen a la cabeza los monstruos gelatinosos de Lovecraft, el mundo de puros filamentos y huevos luminosos de las novelas chamánicas de Carlos Castaneda y los universos de ángulos y círculos de la novela de terror “Los Perros de Tíndalos”… En otro instante, se me antoja que el “allá afuera” es una especie de magma espeso con criterios de diferenciación imposibles de concebir para nosotros, porque lo que vemos, tocamos, oímos, gustamos etc… son sólo representaciones mezquinas de esa inconcebible vastedad  indiferenciada.

Ahora me doy cuenta que todo el rato he estado delirando, soñando con un “afuera” y “adentro” con Mazingers que se abrazan y que corren felices en un mundo de Mazinger, cuando ni siquiera puedo hablar de afuera-dentro, porque el espacio tridimensional es otra mentira creada aquí adentro o, simplemente ”aquí”, porque ni siquiera el Mazinger existe como algo separado en esa sopa espesa de un millón de bits…  y, no me es lícito hablar de “afueras” o “adentros” ni de espacios y cosas, porque son categorías existentes sólo en esta ilusión.

Si  no tengo antecedentes de poseer una cabeza real, ya que se la atribuía al Mazinger, ¿qué extraño mecanismo genera lo que imagino, a mis recuerdos, a los sueños,  de dónde vienen o adónde van? ¿Y que cosa soy yo mismo? Qué quiero decir cuando digo que yo veo un árbol…

¿Habrán considerado esto los filósofos y científicos de todas las épocas?

Porque si elaboraron sus ideas, desde los silogismos aristotélicos, a los tropos de Pirrón; desde la lógica formal a las lógicas para consistentes;  desde el dualismo cartesiano, al fenómeno y el  nóumeno; de la emergencia mental, a la fenomenología; desde el  dasein de Heidegger, a la mecánica cuántica, a la paradoja EPR, al Boson de Higgs, etc.. sin tener claro todo este contexto… han jugado sus partidos, los han ganados y perdidos, en una cancha inexistente.

Tal vez lo supieron,  lo ignoraron o lo repudiaron, como rechazaron a los pirrónicos en Roma por tóxicos para la juventud. O sencillamente, fue  miedo…. Nada más que miedo… El peor enemigo de la reflexión…

Tal vez un místico dio con la clave cuando dijo:

“Todos los problemas del hombre surgen de su incapacidad para estar solo”