Le voy a sugerir un simple gedanken o experimento mental, que tiene
el añadido que no es imposible con la tecnología futura y tal vez se pueda
realizar dentro de unos cuantos decenios.
Supongamos que a una persona
le extendemos el “cableado neuronal” que viene de su columna vertebral y lo
propio respecto de los nervios ópticos. Previamente esta persona ha comprendido
por una breve explicación del efecto ventana que todas las cosas que percibe
tanto las que ve, toca, oye, gusta u olfatea son representaciones que se
producen dentro de su cerebro.
Luego de esta explicación,
el sujeto del experimento se le pide que tome un lápiz. Podrá aceptar sin mayores
traumas que el lápiz que tiene entre sus manos es una representación mental que
se genera en su cerebro.
Luego, le levantamos la tapa
del cráneo con una sierra quirúrgica y
dado que su cerebro, por la intervención previa de añadirle “cableado neuronal”
tiene una extensión del tallo neuronal y de los nervios ópticos, le
extraemos su cerebro y se lo ponemos
entre sus manos. El sujeto del experimento podrá ver y tocar su cerebro. Si
este Observador tiene claro que el tacto y la vista son percepciones generadas
dentro de su cerebro concluirá, con no poca sorpresa, que su cerebro es también
una representación mental y por lo tanto no tiene una existencia física: es una
creación más de sus sentidos, que ahora comprueba con pasmo no puede ser el
agente causal que le permite percibirlo visual y táctilmente.
La pregunta que le surgirá,
mientras sujeta trémulo su cerebro entre las manos, es de las clásicas de la filosofía y del
misticismo: ¿Qué soy yo? O bien ¿Dónde estoy yo realmente?
Sin embargo, las conmociones
para nuestro voluntario no han terminado. Dado que también añadimos fibras a
sus nervios ópticos, retiramos los ojos por detrás de las cuencas y los
separamos a una razonable distancia y los volvemos, tal que el
sujeto pueda observar su cerebro y su cuerpo a dos metros de distancia.
Si a continuación, con un
alfiler le pinchamos su mano el sujeto
experimentará el pinchazo y verá a la distancia como su mano se retira del
estímulo.
La pregunta clave es:
¿Dónde siente el estímulo?
Recodemos que está
observando su cuerpo a la distancia. No podemos decir que sienta el estímulo en
su mano, ya que su YO está detrás de sus ojos en ese momento. Luego el sujeto
sentirá que le duele la mano, pero por la memoria corporal de la propiocepción
sentirá que ese evento se ha producido en el entorno de su punto de observación
y no en el cuerpo.
Si a continuación, le
pedimos que cierre los ojos y le pinchamos nuevamente, sentirá que el estímulo
se produjo en su mano y no habrá sensación de distancias respecto de ella.
¿Qué nos indica todo este
experimento…?
Que el Observador, tal como
lo indica el término “observar” está en el punto preciso de recepción de lo
observado. Luego el YO está en el
ortocentro al cual concluyen todas las percepciones que constituyen la
observación. El hecho que nuestros ojos estén delante de nuestro cerebro que, en estricto rigor, son una extensión de
él, radican al Observador dentro del cerebro en la parte superior del cuerpo,
pero dado que no hay cuerpo ni cerebro y todo no es más que un haz de
percepciones —como señalaba Hume— el Observador
es en definitiva el punto de confluencia de todas las percepciones.
Entonces, “el efecto
ventana” no es tan ilusorio como
declarábamos al principio. Hemos concluido —producto de que la serpiente se
muerde la cola— que el Observador al
final ve efectivamente hacia afuera, pero no desde la cuenca de sus ojos hacia
el exterior como indica la sensación popularmente compartida, sino que desde su
punto de vista del Observador hacia todo el entorno, incluido parte importante
de sí mismo, que construye y que justifica que le demos esa denominación.
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