jueves, 17 de abril de 2014

¿DÓNDE ESTOY YO?


 
 
 

 

Le voy a sugerir un simple gedanken o experimento mental, que tiene el añadido que no es imposible con la tecnología futura y tal vez se pueda realizar dentro de unos cuantos decenios.

Supongamos que a una persona le extendemos el “cableado neuronal” que viene de su columna vertebral y lo propio respecto de los nervios ópticos. Previamente esta persona ha comprendido por una breve explicación del efecto ventana que todas las cosas que percibe tanto las que ve, toca, oye, gusta u olfatea son representaciones que se producen dentro de su cerebro.

Luego de esta explicación, el sujeto del experimento se le pide que tome un lápiz. Podrá aceptar sin mayores traumas que el lápiz que tiene entre sus manos es una representación mental que se genera en su cerebro.

Luego, le levantamos la tapa del cráneo con una sierra quirúrgica  y dado que su cerebro, por la intervención previa de añadirle “cableado neuronal” tiene una extensión del tallo neuronal y de los nervios ópticos, le extraemos  su cerebro y se lo ponemos entre sus manos. El sujeto del experimento podrá ver y tocar su cerebro. Si este Observador tiene claro que el tacto y la vista son percepciones generadas dentro de su cerebro concluirá, con no poca sorpresa, que su cerebro es también una representación mental y por lo tanto no tiene una existencia física: es una creación más de sus sentidos, que ahora comprueba con pasmo no puede ser el agente causal  que le permite  percibirlo visual y táctilmente.

 

La pregunta que le surgirá, mientras sujeta trémulo su cerebro entre las manos,  es de las clásicas de la filosofía y del misticismo: ¿Qué soy yo? O bien ¿Dónde estoy yo realmente?

 

Sin embargo, las conmociones para nuestro voluntario no han terminado. Dado que también añadimos fibras a sus nervios ópticos, retiramos los ojos por detrás de las cuencas y los separamos a una razonable distancia y los volvemos,  tal que el  sujeto pueda observar su cerebro y su cuerpo a dos metros de distancia.

Si a continuación, con un alfiler le pinchamos su mano  el sujeto experimentará el pinchazo y verá a la distancia como su mano se retira del estímulo.

La pregunta clave es: 

¿Dónde siente el estímulo?

 

Recodemos que está observando su cuerpo a la distancia. No podemos decir que sienta el estímulo en su mano, ya que su YO está detrás de sus ojos en ese momento. Luego el sujeto sentirá que le duele la mano, pero por la memoria corporal de la propiocepción sentirá que ese evento se ha producido en el entorno de su punto de observación y no en el cuerpo.

 

Si a continuación, le pedimos que cierre los ojos y le pinchamos nuevamente, sentirá que el estímulo se produjo en su mano y no habrá sensación de distancias respecto de  ella.

¿Qué nos indica todo este experimento…?

Que el Observador, tal como lo indica el término “observar” está en el punto preciso de recepción de lo observado. Luego el  YO está en el ortocentro al cual concluyen todas las percepciones que constituyen la observación. El hecho que nuestros ojos estén delante de nuestro cerebro  que, en estricto rigor, son una extensión de él, radican al Observador dentro del cerebro en la parte superior del cuerpo, pero dado que no hay cuerpo ni cerebro y todo no es más que un haz de percepciones —como señalaba Hume—  el Observador es en definitiva el punto de confluencia de todas las percepciones.

 

Entonces, “el efecto ventana”  no es tan ilusorio como declarábamos al principio. Hemos concluido —producto de que la serpiente se muerde la  cola— que el Observador al final ve efectivamente hacia afuera, pero no desde la cuenca de sus ojos hacia el exterior como indica la sensación popularmente compartida, sino que desde su punto de vista del Observador hacia todo el entorno, incluido parte importante de sí mismo, que construye y que justifica que le demos esa denominación.

 

 

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